Camila Guevara no es solo un nombre que empieza a sonar fuerte: es una declaración de independencia artística. Hija de Suylen Milanés y Camilo Guevara March —y por tanto nieta de Pablo Milanés y Ernesto “Che” Guevara— Camila creció rodeada de apellidos que pesan. Pero a sus veintitantos, decidió algo radical: construir un camino que no dependa de la historia familiar, sino de lo que ella quiere decir.
Su música mezcla trova, sonidos urbanos, bolero, salsa y texturas modernas, en un estilo que se siente íntimo pero atrevido, dulce pero con filo. No busca encajar, sino experimentar. Su primer álbum, Dame flores, es justamente eso: un viaje emocional marcado por pérdidas profundas, duelo, reinvención y una sensibilidad joven que conecta con quienes buscan autenticidad.
En un panorama donde muchos artistas se suben a tendencias pasajeras, Camila prefiere desafiar etiquetas. Habla sin filtros, canta desde la piel y crea desde la intuición. Quizás por eso su nombre está subiendo rápido en listas, festivales y conversaciones.

Además, no ha escapado de la polémica. Sus declaraciones sobre su abuelo —a quien llamó “un héroe”— encendieron las redes. Pero lejos de huir, Camila se mantuvo firme, dejando claro que no pretende simplificar su historia… solo reconocerla y seguir adelante. Esa franqueza, justamente, es parte del magnetismo que atrae a toda una generación.
Camila Guevara representa hoy a una juventud que abraza su pasado sin dejar que la defina, que toma el arte como brújula y que no le teme a la vulnerabilidad. Su voz es nueva, sí, pero también necesaria: fresca, libre y profundamente humana.
¿Será la próxima gran figura de la música cubana? Si sigue así… parece que sí.
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