El Festival de México —o simplemente FMX para los que ya están dentro del mundo cultural— volvió a tomar las calles, teatros y rincones más inesperados de la Ciudad de México con una edición que dejó claro por qué es uno de los eventos artísticos más importantes del país. Y no, no es un festival más: es una explosión de arte, identidad, locura creativa y diversidad que solo puede pasar en la CDMX.
Durante varias semanas, la ciudad se transformó en un laboratorio vivo. Performances que aparecían de sorpresa en plazas, conciertos en espacios históricos, danza contemporánea en lugares donde nadie lo esperaba, teatro experimental, visuales inmersivos, exposiciones que mezclaban tradición con tecnología… FMX no es un festival para ver desde lejos: es un festival para entrarle sin miedo y dejar que te revuelva la cabeza.

El ambiente fue pura energía. Jóvenes, artistas, estudiantes, creadores independientes, turistas curiosos y amantes del caos artístico convivieron en una mezcla deliciosa donde todo, literalmente todo, podía pasar. Lo mejor es que FMX nunca se encierra en una sola disciplina: celebra la música, la danza, el teatro, la literatura, el arte digital, la cultura popular y esas ideas locas que solo se atreven a nacer en una ciudad tan eléctrica como la nuestra.
Otro gran acierto: la diversidad de voces. FMX se ha convertido en una plataforma para expresiones alternativas, comunidades marginadas, artistas emergentes y propuestas que cuestionan lo establecido. Aquí la cultura no se ve desde lejos: se vive, se discute, se confronta y se celebra.
Para jóvenes adultos que buscan inspiración, nuevas experiencias o simplemente planes fuera de lo común, FMX es una invitación abierta a perderse (en el mejor sentido posible). Es el lugar perfecto para quienes aman la creatividad sin reglas, el arte con actitud y la cultura que te obliga a ver el mundo desde otro ángulo.
Al final, el FMX dejó claro su mensaje:
En la CDMX, la cultura no es un lujo.
Es una forma de vivir.
Y cada año, FMX nos lo recuerda a todo volumen.
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